Cruzada en ‘jeans’ by Thea Beckman

Cruzada en ‘jeans’ by Thea Beckman

autor:Thea Beckman [Beckman, Thea]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Histórico, Novela
editor: ePubLibre
publicado: 1973-10-15T00:00:00+00:00


12

El ataque de los demonios

La fortaleza de Scharnitz se alzaba alta y oscura sobre el sombrío valle. El deseo de Dolf se había visto cumplido; no llovía. Parecía incluso que iba a aclarar un poco la negra noche.

No había movimiento alguno en las míseras chozas de siervos diseminadas por debajo de la abrupta ladera sobre la que había sido construida la fortaleza. Se veían centinelas que patrullaban en las cresterías, y las luces de las ventanas indicaban la posibilidad de que el conde Romhild y su familia celebraran una fiesta en el salón principal.

Uno tras otro, los chicos se fueron acercando al castillo. Empleaban todos los recursos posibles —matorrales, rocas sueltas y montecillos— para no ser vistos. Tardaron bastante tiempo en encontrar un estrecho puente de madera. Por él cruzaron agachados un pequeño río que les cerraba el paso. Al otro lado discurría un camino ancho, de profundas rodadas, que remontaba la pendiente y penetraba en el bosque. Carolus creyó preferible no seguirlo. Pensaba que la pista, con muchas curvas y revueltas, los llevaría a la parte posterior del castillo. No podían correr el riesgo de toparse con alguien. Cruzaron a intervalos los campos ondulados de la ladera y esperaron que nadie los hubiera visto. Por fin llegaron a la linde del bosque, donde su profunda negrura y los extraños ruidos nocturnos les hicieron titubear un instante. A la derecha, y muy por encima de sus cabezas, se cernía la sombra enorme del castillo. No había nada más que silencio, un silencio sofocante, hasta que en algún lugar del bosque oyeron el ulular de una lechuza.

Los chicos se reunieron en torno a Dolf.

—Ahora debemos estar muy juntos —murmuró—. Cogeos de la mano para que nadie se pierda. Son las diez y media. Atacaremos a las cinco de la mañana. Tenemos tiempo para ascender, descansar un poco y prepararnos. Vamos.

Treparon por el empinado y oscuro bosque, que estaba sembrado de piedras. Al cabo de un rato, la luna se abrió paso entre las nubes y les facilitó la ascensión.

—¿Qué sucedería si nos topáramos con un oso? —susurró Mateo al oído de Dolf.

—Los osos no cazan de noche, a diferencia de los lobos. Pero no es probable que ataquen a un grupo numeroso; son animales bastante listos y, por lo general, huyen de los seres humanos.

Muchas veces, Dolf no sabía si lo que decía era cierto o falso; pero con frecuencia hacía afirmaciones para tranquilizarse él y para tranquilizar a los demás.

Por fin llegaron a la altura del castillo. Allí se tropezaron de nuevo con el camino de carros. Parecía muy usado. Dieron un rodeo y luego se dirigieron en línea recta hacia una meseta desde la que se distinguía abajo la oscura masa del castillo.

—Aquí descansaremos —decidió Dolf—. Al amanecer bajaremos hasta el puente levadizo.

Ocultaron los fardos en la maleza. Se dispersaron entre las hierbas altas, los helechos y las flores, se tumbaron y cerraron los ojos; estaban derrengados. Tres se quedaron de guardia y serían relevados una hora más tarde. Dolf se reservó la última guardia para hacer los últimos preparativos.



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